Por Karen Méndez [1]
¿QUÉ TIENE QUE ver un reconocido intérprete del hip–hop, una mujer guardiana de una fosa común que data de 1906, un sanador de reiki, un promotor cultural y un colectivo de jóvenes con el proceso de reconstrucción y toma de decisiones orientadas a la planeación del territorio de los cerros La Merced y Las Cañas? Esta es una de las tantas preguntas que me fueron resueltas luego de caminar y conversar con algunos vecinos de estos cerros, quienes, luego de siete meses de trabajo incansable por recuperar su cotidianidad, nos aportan algunos aprendizajes que vale la pena poner en valor frente a la gestión de territorios en permanente riesgo por desastres, empatizando y acercándose a las comunidades, integrándose a sus dinámicas de red y facilitando las conversaciones necesarias entre los actores del territorio para la oportuna toma de decisiones.
Quiero partir expresando mi profunda gratitud y respeto por el dolor de las familias de los cerros afectados por el incendio, de quienes me abrieron las puertas de sus casas, me acompañaron con una conversación y contribuyeron a escribir estas líneas y reflexiones. De manera preliminar, y a partir de un corto pero profundo contacto con algunos líderes locales de los cerros La Merced y Las Cañas, quienes a partir de su experiencia y relato de vida compartieron sus aprendizajes y lecciones, considero importante rescatar, como un primer y minúsculo paso, cuestionarnos qué es lo que debemos empezar a hacer para rescatar y sistematizar los aprendizajes y lecciones que la tragedia del incendio deja, y cuáles son los espacios que debemos promover de aquí en adelante para que eso suceda, resaltando lo que las comunidades tienen por decir y sumando a los muchos otros actores que de una u otra forma han sido parte de esta nueva historia de los cerros de Valparaíso.
“Subir al cerro, conectar con la realidad y actuar”
Fue comunicada por todos los medios la asistencia masiva de voluntarios, la mayoría de ellos jóvenes, quienes, acudiendo al llamado de emergencia, se convirtieron en parte del gran desafío de atender no sólo a las familias damnificadas, sino también a este numeroso cuerpo de voluntariado, lo que produjo, en su momento, alerta en las autoridades frente al control de enfermedades y de las medidas sanitarias adecuadas, para lo cual se activaron mecanismos de identificación con manillas, infraestructura sanitaria –a veces carente– y campañas de vacunación. Sin embargo, estas medidas fueron exacerbadas por la sensación de urgencia que experimentaban las personas que subían al cerro y se daban cuenta de la magnitud de la tragedia.
Un sentido de urgencia que despertó la necesidad de articular esfuerzos que, en lo inmediato, se tradujo en que la única disposición oportuna hacia las familias y comunidades de los cerros consistía en disponer de los mínimos básicos alimentación, lugares de acogida, retiro escombros y, con ello, algo fundamental: la contención emocional, en la cual los voluntarios, con su disposición y ánimo de colaboración, dieron aliento a las familias y hogares que aún se encuentran en proceso de pasar de la negación a la aceptación de lo sucedido.
“Los chiquillos [voluntarios] se pasaron, verlos en las noches bajar del cerro todos sucios, cantando con el ánimo de ayudar, fue muy importante; estamos muy agradecidos con ellos” (amigas de Isabel, guardiana del Jardín de la memoria del cerro La Merced).
Otro elemento importante en torno a la experiencia de los hogares y personas del cerro es que, en una situación como ésta, afloran las amistades y enemistades entre familiares, amigos y vecinos que en el proceso de reconstrucción se evidencian con mayor intensidad, en especial cuando cada persona busca un espacio físico y emocional para sí y los suyos en el cual sentir seguridad. Por tanto, en aquellos en que está la oportunidad o el deberde acompañar y asistir a la comunidad en cualquier ámbito (desde la institucionalidad pública hasta las Organizaciones No Gubernamentales), radica la tarea de empatizar con estas dinámicas y, desde allí, poner al servicio cualquier aporte.
Por tal motivo, empatizar con el contexto en un proceso de reconstrucción requiere de quienes acompañan o buscan apoyar a las familias y comunidades del cerro la claridad de estar al servicio, la comprensión de las complejidades que emergen y la adaptación a los tiempos y ritmos con que se recupera la cotidianidad.
Estas reflexiones hacen parte de la conversación con Ricardo Rodríguez, sanador de reiki, quien, desde los primeros días del incendio, acudió a los cerros acompañado con más personas de esta área para contribuir desde el servicio a la comunidad y, tras siete meses después del incendio, continúa asistiendo a los cerros para aportar en la sanación emocional y espiritual de los hogares y personas afectadas, una labor que contribuye a la reconstrucción de las relaciones de la comunidad y sus familias como parte del territorio. Hoy Ricardo, junto con Natacha, Carolina y Rodrigo, terapeutas de la quinta región, en el marco del proyecto “Reiki y sonidos en los cerros”, ofrecen sesiones de reiki y sonoterapia en el Club Deportivo o en la capilla del cerro La Merced y realizan talleres de las mismas disciplinas que buscan entregar a los vecinos herramientas que les permitan comprometerse con su propio bienestar y salud y emocional, motivando que la propia comunidad cuente con practicantes que puedan continuar apoyando a quienes más lo necesiten.
“Cuando subo al cerro no siempre hago reiki, a veces una conversación es suficiente, es muy a la suerte porque a veces tienes gente dispuesta a aprender de reiki pero no alcanza a llegar al taller porque está construyendo su casa, entonces ahí es donde debes ser flexible, soltar y ponerte al servicio de otros” (Ricardo Rodríguez).
Esta primera clave consiste en actuar desde el servicio como una disposición necesaria no sólo en los procesos de reconstrucción, sino también en todos aquéllos donde se toman decisiones sobre territorios y comunidades sin considerar las dinámicas locales, sus ritmos y formas de relacionarse.
Redes y líderes locales: “una pena compartida es media pena”
Un elemento fundamental del capital social de una comunidad radica en sus organizaciones, líderes y aquellas agrupaciones que, formales o no, le dan vida y dinámica a un territorio. El proceso de reconstrucción tras el incendio nuevamente reafirma la importancia de este capital social en la medida que ellos se convirtieron en un canal importante para orientar los esfuerzos hacia la pronta recuperación de los cerros y la paulatina activación de la vida comunitaria.
Fotografía: Karen Méndez (2014).
El centro comunitario del cerro Las Cañas fue uno de los establecimientos que no se vio afectado en su infraestructura por el incendio y se convirtió en el lugar estratégico de operaciones y abastecimiento de la comunidad. Asimismo, el espacio ha sido testimonio del crecimiento y desarrollo de varias generaciones del cerro. En la actualidad, es liderado por un colectivo de jóvenes que promueven actividades culturales y recreativas para niños y adolescentes. Luego del incendio, este colectivo se constituyó como el punto de referencia para organizaciones públicas y privadas que canalizan desde allí las ayudas a la comunidad del cerro Las Cañas, actividad que no sólo ratificó al colectivo como referente de la comunidad, sino que también los sensibilizó en torno a la importancia de la participación y de la posibilidad de generar procesos en que la comunidad tome decisiones sobre cómo quiere vivir en el cerro. Destaco aquí la conversación con Mauricio, uno de los líderes del colectivo que moviliza a diario proyectos en beneficio de la comunidad y, junto con Jesús, diseña y realiza talleres de acompañamiento a los niños para aceptar y asimilar el proceso de reconstrucción.
Fotografía: Karen Méndez (2014).
Fotografía: Karen Méndez (2014).
“Hace tiempo no nos encontrábamos con Mauricio, pero meses antes del incendio, misteriosamente volvimos a hablar y a pensar en lo importante de reactivar el centro comunitario, sin saber que se nos venía esto” ( Jesús, líder centro comunitario Las Cañas).
En el cerro La Merced, muchos de los espacios de encuentro comunitario quedaron destruidos tras el incendio. Sin embargo, esto no ha sido limitante para Cristian y Ricardo –o, como le reconocen en el mundo del hip–hop, Foka [2]– para apoyar a las familias, convocándoles a actividades de cine, teatro y feria artesanal como espacios no sólo para entretener a las personas del cerro, sino, en palabras de Cristian, “para promover el encuentro entre los vecinos para que conversen, compartan su situación y se den cuenta que todos estamos en las mismas, porque una pena compartida es media pena”.
Al igual que el colectivo del centro comunitario Las Cañas, en el cerro La Merced personas como Cristian y Foka son referentes para emprender actividades que retomen la vida de la comunidad. No obstante, hasta ahora sólo han pasado siete meses y, por más ayuda y apoyo que llegue desde afuera, es necesario contar con los tiempos de recuperación del estado de ánimo de la comunidad.
La casa de Isabel queda en una esquina del cerro La Merced. Se reconoce por el patio de al lado, donde se encuentra un pequeño obelisco en honor a la memoria de una de las fosas comunes más antiguas de la humanidad. Este espacio ha sido protegido y cuidado por ella, quien es la guardiana de la memoria del cerro La Merced y, a pesar de que luego del incendio su casa desapareció, hoy cuenta con una mediagua que sigue siendo el lugar obligatorio y punto de encuentro del cerro, como ella lo expresa: “Mi casa era muy grande; se achicó la casa, pero no el corazón”.
Isabel es un referente importante del cerro no sólo por salvaguardar la memoria, sino porque es una articuladora de la comunidad. Toda persona que sube al cerro La Merced pasa por su casa sintiéndose como en la propia. Desde el incendio, una de las maneras de aceptar la pérdida y brindar ánimo a su comunidad es escribiendo pequeños letreros con mensajes. Estas acciones han sido fundamentales para contener el sentimiento de dicha pérdida.
Son estas personas, que configuran la red de activos sociales y locales, las que forman parte fundamental de la reconstrucción de la vida comunitaria de los cerros. Al preguntarles qué las motivaba a apoyar a su comunidad teniendo en cuenta que ellas también son damnificadas del incendio, su repuesta fue casi la misma: recibir de parte de la gente un gracias es pago suficiente. De aquí la importancia de reconocer en los territorios estos nodos articuladores de las comunidades: son los canales que comunican; algunos se encuentran en espacios formales como las juntas de vecinos, otros en espacios creados por ellos mismos o, como en el caso de la señora Isabel en su casa, junto al jardín de la memoria. Por ello, resulta relevante proteger a estos líderes, que no actúan solos y tienen un sentido y propósito de vivir en sus cerros.
Resumen: el fuego limpia y purifica, “somos un lienzo en blanco”
Para finalizar, “el fuego limpia y purifica”. Hoy, los cerros tienen la oportunidad de escribir una historia diferente, son un lienzo en blanco, un lienzo cuyo tejido es fortalecido por sus comunidades, sus líderes y articuladores, así como aquellos que, desde el incendio, han persistido en apoyar la reconstrucción. Ellos tienen todo que ver con la toma de decisiones y planeación de los cerros y la forma en que quieren vivirlos y habitarlos.
De seguro, muchos lugares y personas quedan fuera de este relato, como el Club Deportivo Juventud Pajonal, la capilla San José Obrero, así como cientos de iniciativas que aportan y sirven a las comunidades de los cerros, como la red de facilitadores, entre muchas más; de allí la necesidad de sistematizar los aprendizajes y lecciones que deja esta dolorosa experiencia, honrando el dolor de las familias afectadas por el incendio para que estas lecciones y aprendizajes puedan servir a otras comunidades y territorios expuestos a constantes riesgos, lo que motiva algunas preguntas: ¿cómo y desde dónde generar conocimiento que contribuya a una mejor comprensión de todo lo que sucede durante y después de una tragedia? ¿Cuál es el llamado de la Universidad para que, desde estas instancias, contribuya a la generación de conocimiento y sistematización de estos aprendizajes de las comunidades y los actores que fueron parte de la tragedia? ¿Cómo aprovechar la energía y voluntad de aquellas personas que fueron y son parte de este proceso de reconstrucción, quienes también tienen sus propias reflexiones y aprendizajes? ¿A quiénes debemos llamar para que emprendamos el camino de recoger estos relatos y volcarlos en conversaciones que generen conocimiento y aprendizajes para que otras comunidades y regiones conozcan no sólo lo que sucedió, sino también lo aprendido?
[1]Facilitadora de metodologías conversacionales y de aprendizaje colaborativo, profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia y estudiante del Magíster en Geografía con mención en Organización Urbano Regional. karen@glocalminds.com